/** * */ Ayer Fui Inteligente Y Quise Cambiar El Mundo Hoy Soy Sabio Y Voy A Cambiarme A Mí Mismo - Revista de la energía

Ayer Fui Inteligente Y Quise Cambiar El Mundo Hoy Soy Sabio Y Voy A Cambiarme A Mí Mismo

Su teléfono está interceptado y controlados todos sus pasos.» Me daba una secuencia de detalles y ejemplos que yo no podía comprobar. Quemé la carta, siguiendo las instrucciones de su autor. «No se limite a romperla, pues recogerían los trozos de su papelera y la reconstruirían.» Y por vez primera me puse a pensar más que nada eso. La década de 1924 a 1933-siempre la recordaré con gratitud-fue una temporada parcialmente tranquila para Europa, antes de que aquel hombre pusiese a nuestro planeta patas arriba. Exactamente pues había sufrido tantas conmociones, nuestra generación recibió la paz relativa como un regalo inesperado.

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Lo que más recuerdo de ella no es su sonrisa, ni sus susurros, ni las caricias, ni sus ganas de vivir, ni las carcajadas acompañadas de humo, ni las tardes de amor rápido, ni sus besos, ni el sudor de sus manos, ni su cuerpo bañado por el sol y la espuma, ni las mil noches, ni los mil días,… Tan solo recuerdo su sangre escurriendose en mis manos tras quitarle el casco. La vi en el espéculo, sonriéndome con el dulzor de una insinuación.

Maria Lluïsa Cunillera I Mateos249

Al procederse en 1765 a su expulsión, queda un vacío absoluto en la instrucción pública. Ni el Estado ni las municipalidades opínan en instalar academias. Un impuesto particular a los comestibles y las bebidas, ordenado en el año de 1772 por el marqués de Pombal con el propósito de disponer con su producto academias primarias, no pasa de ser un decreto en el papel. Con la corte portuguesa en fuga, llega en el año de 1808 la primera verdadera biblioteca al país, y para prestar a su vivienda, aun exteriormente, cierto brillo cultural, el rey manda llamar sabios y funda academias y una escuela de artes. Por encima de esa clase, que comprende a todo el país, cuya predominación incrementa regularmente y que representa el nuevo Brasil, se halla o, mejor dicho, existe invariable la clase antigua y mucho más achicada, que se estaría dispuesto a llamar aristocrática si en ese país, nuevo y completamente democrático, aquella palabra no indujera a error. Procedente en parte todavía de la época colonial, en parte sólo venida al país con el rey Juan de Portugal, esas familia, doble y triplemente vinculadas entre sí -unas ennoblecidas y otras no-, de todos modos, no tuvieron tiempo para tomar la manera rígida de una casta.

Tan rápido como el tren hubo desaparecido en la lejanía, nos mandaron bajar de los relucientes y limpios vagones suizos y subir a los austriacos. Y sólo bastaba con poner el pie en ellos para adivinar lo que le había ocurrido a este país. Los revisores que señalaban los asientos a los pasajeros se arrastraban de un lado para otro, delgados, hambrientos y desarrapados; los uniformes, rotos y gastados, colgaban holgados de sus hundidos hombros.

María Milagros Rivera Garretas, “quince Años Explicando Historia” Duoda, 16, Pp131-136 (1999)

Toda la autoridad, todos y cada uno de los castigos han resultado ineficaces. ¿Para qué sueña el hombre de noche, si al día después no puede transformar su sueño en cifras y números, en apuestas al juego del «bicho» o la lotería? Como siempre, las leyes han resultado ineficaces frente a una auténtica pasión popular, y el brasileño compensará siempre su falta de codicia con ese sueño cotidiano de una riqueza repentina. Charlar un tanto, después o durante las horas del trabajo, tomar café, pasearse bien afeitado y con el zapato bien lustrado, disfrutar de la casa propia y los hijos; ello basta a la mayoría. A esta pacífica tranquilidad van unidas todas las gamas del confort y de la fortuna.

Pero el hecho de que su objeto está fijado desde los principios y enteramente en la lejanía, en la distancia de siglos, y aun lo eterno, eso los resalta tan magníficamente de todo el mundo de los gobernantes y de los guerreros, que quieren ganancias veloces y visibles para ellos mismos y para su patria. Los jesuitas saben precisamente que se precisarán generaciones y mucho más generaciones para dar cima a aquel desarrollo del embrasileñamiento, y que ninguno de los que aventuran su salud, su historia, su fuerza, en esta empresa, verá nunca en lo personal ni aun los desenlaces mucho más fugaces de sus esfuerzos. Es una fatigosa tarea de sembradío la que comienzan, una inversión laboriosa y en apariencia falta de perspectiva, pero la circunstancia de iniciarse exactamente en un terreno sin roturación alguna y en un país sin límites, aumenta su aplicación en vez de menguarla.

Me agradaba la multitud, me agradaba el país, me agradaba París, y me sentía tan en el hogar que, cada vez que el tren entraba en la Gare du Nord, yo tenía la impresión de «regresar». En esta ocasión, no obstante, debido a las especiales circunstancias había partido antes de lo sosprechado, pero no quería llegar a París hasta después de Navidad. Entonces recordé que no había vuelto a Inglaterra desde mi temporada de estudiante, hacía más de veinticinco años. ¿Por qué razón no pasar otra vez diez o quince días en Londres, volver a conocer los museos, el país y la ciudad con otros ojos, tras muchos años? Y hete aquí que, en lugar del expreso de París, subí al de Calais y un día de noviembre, en medio de la niebla de rigor, volvía a apearme en la Victoria Station tras treinta años y la única cosa que me extrañó a la llegada fue que no me condujo al hotel un cab como antes, sino un taxi. La niebla y el gris frío y blando estaban ahí como otrora.

Apenas se verifica la verdad del rumor con en comparación con fracaso del tan alabado telégrafo, la ola apasionada del júbilo se convierte en otra de maliciosa amargura y también inculpación contra el inocentemente culpable Cyrus W. Field. Se asegura en la City que él ha engañado a una localidad, un país, un mundo; que él sabía del fracaso del telégrafo, pero que se hacia festejar egoístamente aprovechando el tiempo para vender entretanto sus acciones, con gigantes provecho. Toman cuerpo otras calumnias peores todavía, entre ellas una -la más extraña, quizás, de todas y cada una- que afirma perentoriamente que el cable atlántico jamás había funcionado, que todos y cada uno de los mensajes habían sido un “bluff” y que el telegrama de la reina de Inglaterra había sido redactado de antemano, sin ser transmitido jamás por el telégrafo trasatlántico. Se rumorea que ninguna novedad había llegado en todo ese tiempo claramente a través del mar, y que los directores sólo habrían redactado telegramas imaginarios, basados en presunciones y signos apartados. Los que ayer prorrumpieron en los más agudos gritos de júbilo, son exactamente los mismos que protestan en este momento mucho más vigorosamente. Una ciudad, un país entero, se avergüenza por su entusiasmo prematuro y su sobreexcitación.

Su fondo, una ciénaga espesa de tibios humores, futuro condimento de mis orejas. En un momento, un chirrido y un crujido inextricables han comunicado el vértigo de la cuchilla, que se desplomó sobre mi cerebelo y quédose a medias en el tajo. El consiguiente calamorrazo contra el travesaño inferior de la estructura dio, naturalmente, pie a mucho más de una carcajada del respetable, mientras que mis fosas nasales se anegaban en mi sangre.

Quince Años Enseñando Historia De Las Mujeres En Barcelona 2

La luna llena sobre el tejado de la Iglesia invitaba a meterse en casa, echar el cerrojo y a no asomar la nariz a la calle hasta que el sol no estuviera bien en lo prominente. Laura tomó su saco de dormir y lo metió en la mochila. Necesitaba una pizca de valor para proseguir su emprendimiento. Empezó a cantar para ahuyentar el miedo, pero el temor al pecho es ,en ocasiones, como un alfiler a un gran imán, que no se despega ni tirando fuerte. De repente su oído comenzó a percibir una extraño sonido que procedía de debajo de su cama.

Amor Al Sentido

Una luz en la noche, un fogonazo, un volantazo, un estruendo,… Pero solo consigo escuchar una carcajada histérica y, de pronto,… El vientre del lobo la hacía resonar de una forma particular, contaminando los manantiales de mis sueños para toda la eternidad. El afanososo leñador, que con oficio de carnicero sajaba cuidadosamente el vientre de la bestia.

Por suerte, tiene asimismo una vivienda en la localidad de Bahía, el Centro do Cacao, donde se puede contemplar mucho más de forma cómoda, en cuadros plásticos, el árbol en flor y su fruto. La peculiaridad de este árbol consiste en florecer y dar fruto al mismo tiempo; mientras que unos frutos, de manera de calabaza pequeña, se cosechan en una plantación, otros van madurando, de suerte que la recolección se puede llevar a cabo de continuo. Las calles eran angostas, sombrías, ahogadas y descuidadas; las nueve décimas partes de la población negra vivían en chozas y mocambos.