Había quien pensaba en su hogar, quien echaba de menos a su mujer infiel y basta y a su prole chillona. Tan enloquecidos estaban todos por la imagen de la tierra ausente, que, a mi parecer, hubieran comido yerba con mucho más entusiasmo que los animales. La desesperación -así lo pensé – de tal modo la había enloquecido, que se enamoraba con inocencia de lo que sirvió de instrumento de muerte a su hijo; quería preservarlo como reliquia horrible y querida.
El aspecto poco interesado de los otros tres compañeros me llevó a meditar que aquel jóven era ya unincomprendido. Le miraba con atención; tenía en los ojos y en la frente ese no sé qué precozmente fatal que suele alejar a la simpatía, y que, no sé por qué, excitaba la que hay en mí, hasta tal punto, que se me ocurrió por un momento la extraña idea de que podía yo tener un hermano que yo mismo no conocía. Todo aquel público, por estropeado y frívolo que fuese, pronto sintió el omnipotente dominio del artista. Cada quien se abandonó, sin inquietud, a los bienestares múltiples que da la vista de una pieza maestra de arte vivo. Las explosiones de gozo y admiración sacudieron múltiples ocasiones las cúpulas del edificio con la energía de un trueno continuo. Hasta el príncipe, embriagado, mezcló su aplauso al de su corte.
Poema Para Los Amigos
Hacía de niñera, y sacaba a sus hijos a tomar el aire del anochecer. Las tres caras tenían extraordinaria responsabilidad, y los seis ojos contemplaban fijamente el café nuevo, con una admiración igual, que los años matizaban de modo diverso. Pero en exactamente el mismo momento le derribó otro chiquillo salvaje, que no sé de dónde salía, tan con perfección similar al primero, que se le hubiera podido tomar por hermano gemelo suyo. Juntos rodaron por el suelo, disputándose la preciada presa, sin que ninguno de ellos quisiese, indudablemente, sacrificar la mitad a su hermano. Exasperado el primero, agarró del pelo al segundo; cogiole este una oreja entro los dientes, y escupió un pedacito ensangrentado, con un soberbio reniego dialectal.
Del lado de allá de la verja, en la carretera, entre cardos y ortigas, había otro chico, sucio, desmedrado, fuliginoso, uno de esos chiquillos parias, cuya hermosura descubrirían ojos imparciales, si, como los ojos de un aficionado adivinan una pintura ideal bajo un barniz de vehículo, lo limpiaran de la repugnante pátina de la pobreza. En el océano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan cantares melancólicos, hombres vigorosos de toda nación y navíos de toda forma, que recortan sus arquitecturas finas y complejas en un cielo inmenso en que se repantiga el eterno calor. Y se habrá vuelto a su casa a pie, meditando y soñando, sola, por el hecho de que el niño es travieso, egoísta, no posee tiernicidad ni paciencia, y no puede, como el puro animal, como el gato y el perro, ser útil de confidente a los dolores solitarios. Siempre y en todo momento ha sido interesante el reflejo de la alegría del abundante en el fondo de los ojos del pobre. Pero aquel día, a través del pueblo vestido de blusa y de indiana, vi un ser cuya nobleza formaba llamativo contraste con toda la trivialidad del contorno. Al cabo, por la tarde, bajo un cielo de otoño cautivador, uno de esos cielos de que bajan en muchedumbre pesares y recuerdos, sentose aparte en un jardín, para percibir, lejos del gentío, un concierto de esos con que la música de los regimientos regala al pueblo parisiense.
Semejantes teóricos, no precisamente justificados, pero no en absoluto inexcusables, cruzaron por mi cabeza mientras contemplaba yo la cara del príncipe, en el que una palidez nueva iba a juntarse sin cesar con su habitual palidez, como nieve sobre nieve. Apretábanse cada vez con mucho más fuerza sus labios, y sus ojos se alumbraban con fuego interior, semejante al de los celos y al del odio, hasta cuando aplaudía ostensiblemente los talentos de su viejo amigo, el extraño bufón, que tan bien bufoneaba con la muerte. En preciso instante vi a su alteza agacharse hacia un pajecillo, puesto detrás de él, y hablarle al oído. La cara traviesa del lindo muchacho se iluminó con una sonrisa, y salió vivamente después del palco principesco, como si fuera a cumplir un encargo urgente. Por la parte de un hombre tan natural y de forma voluntaria excéntrico, todo era posible, hasta la virtud, hasta la clemencia, especialmente si pensaba hallar en ella placeres inopinados.
Los Escritores Y Sus Poemas Sobre La Amistad
Los señores en cuestión fueron detenidos, y con ellos Fanciullo, y condenados a muerte cierta. Fanciullo era un admirable bufón, prácticamente un amigo del príncipe. Mas, para las personas consagradas a lo cómico por profesión, lo serio tiene atractivos fatales, y por raro que logre parecer que las ideas de patria y de libertad se apoderen despóticamente del cerebro de un histrión, un día Fanciullo tomó parte en determinada conspiración tramada por algunos señores descontentos. Estresa el Sol a la localidad con su luz recta y horrible; la arena reluce y el mar espejea.
Sin embargo, desde la cima de la montaña llega hasta mi balcón, por medio de las nubes con transparencia del atardecer, un enorme aullido, compuesto de una multitud de gritos discordes que el espacio transforma en lúgubre armonía, como de marea ascendiente o de tempestad que empieza. Una enorme paz llena las pobres mentes, cansadas del trabajo períodico, y sus pensamientos toman ya los colores tiernos o indecisos del crepúsculo. «¡Demonio -salté, casi subyugado-, eso es bonito! » Pero al investigar mucho más atentamente al marimacho seductor me pareció reconocerla de manera vaga, por haberla visto brincar con ciertos pilletes populares míos; y el ronco sonar del cobre me trajo a los oídos no sé qué recuerdo de trompeta prostituida. El gordo Satán se golpeaba con el puño la enorme panza, de donde salía entonces un largo y resonante tintineo de metal, que acababa en un haragán gemido hecho de numerosas voces humanas. Y se reía, mostrando impúdico los dientes deteriorados, con colosal risa estúpido, como algunos hombres de todos los países en el momento en que han comido bastante bien.
Jorge Luis Borges (1899 – Poemas De Amistad
Lo que llaman amor los hombres es sobrado pequeño, sobrado restringido y enclenque, relacionado con esta inefable orgía, con esta santa prostitución del alma, que se da toda ella, poesía y caridad, a lo imprevisto que se revela, a lo desconocido que pasa. El paseante solitario y pensativo saca una embriaguez singular de esta universal comunión. El que de manera fácil se desposa con la muchedumbre, conoce bienestares febriles, de que estarán eternamente privados el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, de adentro como un molusco. Adopta por suyas todas y cada una de las profesiones, todas las alegrías y todas y cada una de las miserias que las situaciones le proponen.
Poesías Sobre La Amistad
Disfruta el poeta del inigualable privilegio de poder a su guisa ser él y ser otros. Como las almas errantes en busca de cuerpo, entra en el momento en que quiere en la persona de cada cual. Solo para él está todo vacante; y si algunos lugares parecen cerrársele, va a ser que a sus ojos no merecen la pena de una visita. ¡Tales son las prácticas conyugales de estos 2 descendientes de Eva y de Adán, obras de vuestras manos, Dios mío!
Viéndoos así, bella frágil mía, con los pies en el fango, vueltos vaporosamente los ojos al cielo, para solicitarle rey, se les tomara con verosimilitud por una rana joven invocando al ideal. Si despreciáis la viga -lo que yo soy ahora, como sabéis-, cuidado con la grúa que ha de mascaros, tragaros y mataros a su gusto. A lo largo de quince días me recluí en la habitación, cubierto de los libros de tendencia entonces -hará diez y seis o diez y siete años-; deseo decir de los libros en que se trata del arte de realizar a los pueblos dichosos, buenos y ricos en veinticuatro horas.